Ecologistas de salón

 La mayoría de las poblaciones suelen buscar el desarrollo industrial, el tener y tener empresas que den trabajo a sus habitantes, algo que muchas veces trasciende la publicidad de los municipios y que tiene, más que la labor realizada desde los consistorios, otros parámetros para su medida.

Concentración industrial y sectorial, empresas auxiliarias, comunicaciones, servicios, etc. son algunos de ellos. Sin embargo, muchas de estas poblaciones tienen unos recursos muy importantes los cuales suelen dejar abandonados o de lado y entre otros se encuentra el clima, el mar y/o la montaña es decir aquellos recursos que la naturaleza nos ha donado y que, a la vez, nos han forjado como personas, nos ha hecho tener el carácter que tenemos y ella ha sido la que nos ha permitido llegar hasta donde estamos.

Descuidamos el mar y también la montaña. Nos olvidamos de ellas y sólo las recordamos, como dice el refrán con Santa Barbara cuando truena. Nos cabreamos cuando un temporal se lleva nuestros paseos marítimos, casas construidas al lado de los ríos sin respetar sus cauces convertidos en poco menos que acequias gracias a la especulación del territorio.

Exigimos responsabilidades administrativas cuando pasa alguna catástrofe, cuando el monte se quema o mejor dicho alguien lo quema por motivos diversos, muchas veces transformados en económicos, o cuando algún trastornado enciende algo que no debía, sin embargo no nos importa  romper los esquemas de la naturaleza sea por tierra o por mar, lo del aire es otra historia, es el capricho de la propia naturaleza.

Es posible que, incluso en estos casos, haya negacionistas, pero lo que es evidente está a la vista. ¿Cómo están los ríos, los mares, los océanos, las montañas? Pero para contestar a esta pregunta no hace falta más que salir a las afueras de cualquiera de nuestros pueblos, adentrarnos en la Sierra de Espadán o darnos una vuelta por cualquier playa no turística. Realmente da pena y no es por otra cosa que por la acción o la inacción humana.

Estamos en verano y mientras miles de cuerpos se encuentran disfrutando de las playas turísticas, arden los montes y seguimos ensuciando los mares y todo eso tiene un coste, un coste que pagamos cada día con los grandes desastres de la esa madre naturaleza que muchas veces está, presuntamente, custodiada por ecologistas de salón ubicados en despachos lejos de aquello que dicen proteger.

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