Naturaleza impetuosa o incivismo humano


Me comentaba mi amigo plumilla del norte que, tras la lluvia, las aguas volvían a su cauce, discurrían por los límites de sus márgenes y se podían volver a ver las plantas, arbustos, cañaverales y toda clase de plantas que habían florecido en el lecho de ese rio silencioso, por falta de agua a lo largo de todo el año, que bordeaba su población y que estos últimos días se había embravecido en gran manera de forma que habían sido muchísimos los vecinos que habían salido a ver sus rojas y torrenciales aguas sobre las que flotaban todo tipo de mobiliarios y enseres depositados, tiempo atrás en cualquier lugar de su recorrido.
En esos mismos lares, llegó a pasar una nevera, eso sí, gracias a que la puerta había pasado un rato antes pudieron ver que estaba vacía, que no quedaban en su interior ni siquiera un yogur caducado, aunque del congelador no pudieron ver su contenido al tener la puerta cerrada, pero vamos, sin palabras.

Justo cuando estaban comentando el incivismo de quien tiró este electrodoméstico de gama blanca en cualquier lugar aguas arriba y del esfuerzo que se hace por crear bioparques en todos los municipios pasa lo que queda de un televisor de esos de hace unos años con su armatoste y su pantalla rota, indicando uno de los presentes que el televisor pertenece a la rama marrón de electrodomésticos, una pena que su propietario después de que este le hubiera sido útil lo abandonara en medio de la nada para ser arrastrado por el agua torrencial hasta su última morada, aunque, a lo mejor, la experiencia le ha valido la pena, la misma pena que da que se abandonen cosas en cualquier lugar de la naturaleza, pudiéndose depositar en un lugar controlado y sin contaminar.
Seguían viendo el torrencial rio en la confluencia de un pequeño barranco que provenía de una población vecina y de ella llegaban numerosos pequeños objetos, pasaron indicaba, zapatos, bolsas escolares, una silla de madera del siglo pasado, como mínimo, y otra de una terraza de bar, de esas de plástico que llevan impresas una marca de cerveza en el respaldo.

En fin, una pena tras otra que se unían con los troncos de un cauce no limpiado y de las cañas que cíclicamente arranca y arrastra el rio en tiempo de fuertes lluvias. Finalmente, todo ello, reposaba en las desiertas playas otoñales a las cuales sólo se acercaban algunos curiosos ávidos de tomar alguna foto original del fuerte temporal marino.
Las calas de su costa se habían convertido en vertederos controlados por el oleaje marino y la fuerza de una naturaleza que, de cuando en vez, nos demuestra la debilidad humana frete a su potente fuerza que cuando despierta, lo hace de verdad, sin contemplaciones, y, sin embargo, nosotros nunca llegamos a aprender de sus reiterados avisos.

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