Viaje a Palencia (3)

 Tras tres días en Palencia inicio el regreso. Tras una peripecia complicada de horario de trenes y un poco pardillo al moverme por zonas que no conozco demasiado bien tomo el tren tras una intensa carrera entre la estación de ferrocarril, estación de autobuses y nuevamente a la del tren. Había tenido que dejar la maleta en la consigna de la de autobuses al no tener la de tren una consigna donde poder dejarla unas horas. Algo a mejorar en las estaciones de trenes importantes como las de Palencia, Burgos o Valladolid.

Son casi las cuatro. Llega el tren, pasamos la maleta y las mochilas por el escáner, nos pasan el escáner a nosotros y para el andén, faltan, todavía ocho minutos.

Puntual llega nuestro convoy. Los altavoces nos indican que va a entrar. Todos preparados. Detrás de la línea amarilla del suelo. Embarcamos el espacio para poner las maletas está casi lleno, haciendo un pequeño esfuerzo consigo meter la maleta. Paso al vagón y busco mi asiento, coche 10, asiento 10D. Llegó allí y el asiento está ocupado, pregunto el número que tiene y me da la misma indicación que la que tengo yo y tras mirar el billete que lleva en el teléfono se da cuenta de que se ha equivocado. Tiene el coche 9, asiento 10D.

Le indico que no me importa cambiarme de coche y que hasta donde iba para cambiarme si alguien reclamaba el que yo llevo. Me contesta que viaja hasta Valencia, así es que ya voy bien en este asiento hasta el “cap i casal”,

No se si habré ganado o perdido, pero como tampoco se como le va a ir a él en sus sitio, aunque me ha parecido, por la forma de hablar entre los cuatro ocupantes que van en el compartimento, que ya habían intimado algo, decían que venían de Santander.Me siento en la butaca y encuentro que de cuatro asientos sólo hay uno ocupado, un joven delgado, con barba y con apariencia de extranjero. Saludo y no contesta. Me da lo mismo su recibimiento.

Llegamos a Valladolid y no ha parpadeado. Está con la mirada perdida en limbo y lleva auriculares y una camiseta de manga corta color caqui que pone eso de “The North face”. Acaba de bostezar. Es su primer movimiento.

Las cuatro personas del otro lado del pasillo, tres mujeres y un hombre, no han parado de comer cacahuetes. No sé donde van pero como vayan muy lejos se van a pegar una “hartà” que tendrán que llevarles al centro de salud.

Mientras terminan de subir en Valladolid  pasa un tren de mercancías lleno de bovinas de algo metálico. Una pareja joven entra con una maleta amarilla que colocan en el compartimento de equipajes sobre mi cabeza. Es muy chillona pero como la mía gris, cumple su papel.

En el asiento ocho, al otro lado del pasillo una madre y una hija llevan en brazos a dos niños, uno recién nacido, de pocas semanas y que parece tranquilo, mientras que el que tendrá unos cinco o seis años está cansado de estar encerrado en este habitáculo que les va a llevar a su punto de destino. Al recién nacido le da de pecho y se tranquiliza aún más.

Los portamaletas entre vagones y los del estante superior a nuestras cabezas van a rebosar. Estamos en Jueves Santo y la gente se a tomar unos días de descanso, aunque tal vez deberían ser para meditar sobre nosotros mismos. Tal vez no haga falta y a quienes gobiernan el mundo aún más. Es mejor meditar un poco que irse a jugar al golf.

Seguimos atravesando los campos de castilla, teñidos de verde, amarillo y marrón, aunque los de amarillo aún no me ha dado tiempo a retratarlos.

El vecino de enfrente continúa con la mirada fija y a la salida de la capital pucelana pasamos por un túnel que a sus salida nos depara unos bosques de pinos, supongo que comunales, que no van acercando a la capital de España.

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