De viaje a Palencia (1)

 Rosa, hoy estoy de viaje y lo voy a compartir.

Voy a Palencia. He subido al tren en Valencia tengo, aproximadamente cuatro horas de viaje. Tomo mi asiento, vagón diez, asiento 6 C, frente a mi una chicha de rasgos orientales que enseguida toma el sueño y no lo abandona hasta media hora antes de llegar a Madrid.

A su lado un chico con gafas que en todo el viaje no ha levantado la vista de su teléfono móvil y a mi izquierda un chico joven que viaja a Almería y que me ayuda a sintonizar la wifi de Renfe. A su lado una señora, de mi edad lee un libro sin haber conseguido leer el título del libro. No lo ha cerrado en ningún momento.

A mi alrededor otras personas con diferente presencia y actitudes, la mayoría pendientes de sus móviles que les entretiene del viaje. Ninguno de ellos ha observado el paisaje manchego por el que hemos atravesado, lleno de campos verdes en los que está creciendo el trigo y en el que no han aparecido, aún, las rojizas amapolas que en breve contrastarán con el color de la gramínea que les favorece el crecimiento. La joven de rasgos orientales se ha despertado y se encuentra pendiente de su móvil. La señora del libro, enganchada a lo que está leyendo, no levanta la cabeza de esas letras que, da la sensación la tienen profundamente entusiasmada con lo que lee y al final de vagón un señor apura el bocadillo que se ha comprado en la cafetería del tren un momento antes.

Vías y carreteras discurren paralelas a la que circula el tren en el que voy. Eso anuncia que llegamos a Madrid, la ciudad empieza a discurrir a nuestro lado y me llega una noticia de última hora en la que me indica que hace unas horas ha fallecido el escritor Mario Vargas Llosa, una gran pérdida para el mundo en general y para el de las letras en particular.

Coches y más coches, encrucijadas de vías y de carreteras nos adentran en el corazón de esa gran ciudad llamada Madrid. Cristal y hormigón se entremezclan en esos edificios llenos de cuerpos y almas que viven y trabajan con la intensidad y la ansiedad propias de una gran ciudad. Cual topos cruzamos el interior de la tierra, que no el de los seres que nos encontramos en sus adentros.

La señora del libro y de la chaqueta roja acaba el capítulo y cierra el libro y, por fin, consigo saber qué libro leía “La luna está en Duala”. Otra señora está a punto de dormirse tres asientos más allá del que me encuentro. Una joven a mi derecha habla con alguna persona al otro lado del celular mientras aparecemos, nuevamente en la superficie, y llegamos a la estación del Ave Clara Campoamor de la capital de España.

 





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