Tercer encuentro en cualquier fase
Cuando
me siento ante el ordenador con el objetivo de escribir algún artículo, unas veces
tengo el tema, otras me surge cuando aprieto la primera tecla y en esta ocasión
tengo claro el tema de lo que quiero escribir. Quiero hablar de sentimientos,
de los míos. De esas sensaciones que he vivido tras una semana intensa,
frenética y, en algunos momentos, insufrible, pero así es la vida y el día a
día.
Tras
las primeras cinco jornadas llegó la sexta y con ella se culminaba lo que a lo
largo de un año se había ido tejiendo que no era otra cosa que el reencuentro
de unos antiguos compañeros reconvertidos en amigos que se volvían a encontrar,
por tercer año consecutivo, tras muchas décadas sin verse desde aquel adiós adolescente
hasta el instante en que muchos caminos se reencontraron en ese mismo lugar de
la despedida muchos amaneceres después en una jornada primaveral llena de
otoñales vidas cargadas de innumerables experiencias de toda índole.
Amanecía
el día y por delante muchos kilómetros de distancia que se iban reduciendo a
medida que el sol tomaba altura. A la hora del desayuno llegaba al kilómetro
cero. Fresco el ambiente pero calor en el cuerpo y estima en los saludos.
Primero unos, luego otros y al final todos departiendo las mismas viandas, los
mismos líquidos, las mismas sombras y los mismos anhelos de compartir todo
cuanto teníamos y que habíamos traído quienes llegaban del Norte o del Sur, del
Este y del Oeste y de cualquier otro punto cardinal del que viniera.
Muchas
canas, frentes anchas y rayas espaciosas. Pechos flácidos con sabor a cebada y
buenos caldos. Redondeadas cinturas producto de una alimentación buena y muchas
…..muchas ganas de compartir instantes de presente, de futuro y, como no de ese
pasado, en blanco y negro, que se tornó en color algo más tarde cuando cada
pájaro comenzaba a abandonar el nido.
Sin
embargo, no fue la nostalgia la nota dominante. Más bien fue el ímpetu de
mejora lo que predominó en ese ambiente juvenil de esos “sesentones” y algo
más, que compartieron unas jornadas de campamento cuyo fuego nocturno se
sustituyó por el agua de Valencia y los juegos físicos por partidas de cartas y
ajedrez, además de quienes continúan practicando algún que otro deporte.
Este
ha sido el tercer encuentro, en esta o en otras fase, y aún quedan ganas para otros muchos más y todo
ello, siempre, con el sabor al respeto de quienes supieron embriagarnos con la
humanidad de unos valores que cada uno ha adaptado a su forma de ser y de
querer vivir la vida.
Hay
cosas muy hermosas y experiencias que sólo pueden sentir quienes las han
compartido y con toda seguridad este escrito va dirigido para ellos. Para todos
aquellos que saben interponer el respeto a otros muchos factores.
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