Quizá por eso me emocioné


A veces, hasta la televisión tiene cosas buenas. De vez en cuando, una serie, una película o un reportaje te conmueve, te hace revivir sensaciones, recordar experiencias, momentos de tu vida más o menos trascendentes, más o menos intranscendentes o más o menos escasos o llenos de interés pero, que de una forma u otra forma son parte de esa mochila que la vida ha ido cargando y que, a cierta edad, la tienes relativamente llena.

Anoche me ocurrió una de esas cosas. Me encontré sensible. Por mi mente pasaron un sinfín de cosas hechas y otras que, aún, están por hacer. Podríamos decir que tuve un “revival” personal ante una situación vivida en esa pequeña pantalla, de más o menos pulgadas, que en el día a día nos trae la desolación de un mundo caótico en medio de débiles luces de esperanza.

Recordé y me acordé de muchas cosas y casos.  De algunas personas que han formado o forman parte de mi vida. De momentos buenos y malos míos o de los míos, y un sinfín de cosas buenas y menos buenas que ocurrieron a mi alrededor.

Todo ello en diez minutos. Y ello, me hizo pensar que eso es ver la magia de la televisión, la capacidad de hacer recordar al espectador la importancia de la sensibilidad humana ante cualquier situación poniéndole un hecho, a quien está sentado cómodamente en su sofá, para que se involucre en la consecución de una serie de objetivos en los que primen la sensatez y la cordura con motivos válidos para mejorar esta sociedad y su entorno.

Tengo que reconocer que mis ojos se humedecieron y mis lagrimales segregaron gotas de nostalgia a las que corté su discurrir sobre los poros de mi piel con lo que antes se llamaba un pañuelo y ahora denominamos “kleenex”.

La verdad es que la experiencia era muy individual del protagonista, pero me sentí identificado en su situación personal, en el momento de su vida y en la búsqueda de unos ideales que se van cumpliendo y que, una vez conseguidos, te trazas unos nuevo para seguir progresando y mejorando tu alrededor y el de aquellas personas a las que amas, quieres o aprecias.

Soy de quienes piensan que siempre hay que trazarse metas; que siempre hay que buscar nuevos objetivos y si encima tienes la suerte de tener quien te ame, quien te quiera y quien te aprecie puedes considerarte afortunado y yo lo soy mucho y, quizá por eso, me emocioné.

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