Vengo del cementerio y es por la noche

Anochecía en Burriana. Martes uno de noviembre. Habían sonado las seis y treinta de la tarde cuando nos adentramos en el interior del camposanto. Dos minutos antes, dos señoras en toda su libertad de expresión abrían una cartulina en la que se leía “Esto es un camposanto. Exigimos respeto”, por cierto la misma libertad de expresión de quienes nos adentrábamos en el cementerio donde reposan gran cantidad de antepasados de los allí presentes.

Comenzaba la actuación de un actor que a la puerta de la capilla, a la luz de las velas eléctricas, hacía un repaso por el mundo de Don Juan Tenorio, ese texto teatral en el que Don Juan pretendía a Doña Inés, sin embargo el tema principal era la muerte entre los protagonistas de la primera interpretación real de tan archiconocida obra.

El silencio y el respeto nada tenía que envidiar al respeto de quienes habían visitado el camposanto a lo largo del día, incluido el de las dos señoras que habían extendido la cartulina ante la indiferente mirada de quienes nos adentrábamos hace un rato donde reposan amigos y familiares de los presentes.

Tras escuchar a Zorrilla, llegamos al fondo en donde alrededor de la tumba de D. Jaime Chicharro escuchamos texto y versos de un escritor italiano. Continuaba el mismo respeto que a lo largo del recorrido anterior y del que quedaba pendiente de recorrer hasta escuchar a Shakespeare con sus textos de clásicos y hasta escuchar aquello del “Ser o no ser”.

La noche era oscura. Nada de miedo. Mucho silencio y ansias de conocer nuevos textos. Llegamos a la última ampliación y escuchamos hasta versos del “Cantar de Mio Cid”, los que hacen referencia a Burriana y las palabras que hablan de la victoria de tan insigne personaje que ganó una batalla después de su muerte, de la que el autor decía que de esta señora nadie se escaparía.

Llegaba el momento final. Nos dirigíamos a la puerta de la barraca, Suponíamos que se acercaba el final y así fue. El actor interpretó unos textos de un escritor valenciano, cuyo nombre no recuerdo, y se despidió no sin antes recordarnos que la salida por la puerta era temporal. El público asistente, con el mismo silencio con el que había convivido durante una hora, levantó los brazos y aplaudiendo, como hacen los sordos, salió agradeciendo al artista y al personal del lugar el esfuerzo realizado para que el cementerio, además de ser el lugar de culto a los muertos, sea un lugar de cultura.

Sesenta minutos de literatura sobre la muerte que han servido para recordarnos a los presentes y a los ausentes, incluidas las dos señoras que desplegaron la pancarta, que somos polvo y al polvo nos convertiremos.


P.D. Hay mentes muy cortas y retorcidas capaces de todo y, sobre todo, con miedo a nuevas cosas. Probablemente quienes alentaban a no sé cuantas cosas esta noche no dormirán tranquilos porque no ha pasado lo que ellos elucubraban. Tapense que hace fresquito.

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