Estamos al alba
Estoy confinado. Las
circunstancias así lo exigen. Hay que hacer caso, no es una broma. Escucho la
tele, veo la radio, escribo los periódicos, siento música, narro libros y
después de todo esto creo que el encierro me trastorna las neuronas y las
palabras que ordeno intentando dar un sentido a lo que estamos viviendo,
porque, creo, que todos estais confinados conmigo.
No veo a nadie en la
calle. Los coches no se han movido de su lugar desde hace semanas. Creo que se
me olvidará hasta el conducir mi coche. Se me olvidarán los rostros de mis
amigos y conocidos y cuando salga creo que tendré que hacer recuperación “amiguil”,
recuperar a los amigos con los que me tomaba una cerveza; tendré que recuperar
a los vecinos que no he visto; a aquellos que veía en el mercado que estos días
llevan mascarilla y que no sé si son o no son.
Sin embargo, me ha
entrado complejo de “ventana indiscreta”. Como no salgo me levanto del sofá y
me voy a mi despacho, leo, escribo, escucho música, termino el curso online en
el que me he inscrito y, de vez en cuando, me levanto y me asomo a la ventana,
tras el cristal veo el discurrir del día a día de muchas ciudades que han
trasladado su vida social a los tejados de cada bloque de fincas.
Frente al despacho
veo como un joven, sobre el mediodía corre alrededor del hueco del ascensor
durante unos veinte minutos y como, de vez en cuando se sube las pesas y
ejercita su musculatura. En otro, unos que intuyo padre e hijo, suben al perro
y lo pasean, juegan un poco con él, tiene manchas blancas y negras, es de
tamaño mediano y no sé de que raza es.
Allá en el fondo, veo
a dos jóvenes que se están tomando una cerveza en la terraza de su casa, hace
un sol espléndido, él va en bañador y se toma una cerveza y ella aprovecha para
ponerse morena mientras luce, supongo, el modelito de bikini del pasado año,
aún no ha empezado este año la operación bikini, aunque está en ello por circunstancias.
Mientras, la bandera
izada en lo alto del campanario con motivo de las fiestas falleras, no
celebradas, ondea apenas un poco gracias a esa leve brisa que se levanta a
media mañana en las ciudades costeras. Las campanas de tan emblemático
monumento hace tiempo que no tañen a fiesta, ni fallas, ni domingo de ramos, ni
cualquier otro día señalado que pueda haber surgido.
Las calles siguen
vacías mientras Calos Santana llena mis oídos con su “Black Magic woman” suave,
dulce transmitiéndome sus sentimientos a través de su guitarra y su ritmo. El
cielo está un poco gris y me acuerdo que Luís Eduardo Aute nos dejó ayer, una
pena, hemosas canciones llenas de poesía y de sensibilidad que nos ha legado
para seguir escuchando. Estamos al alba.
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