Pese a todo feliz concierto de Año Nuevo 2022
Se acerca la hora de comer. En el televisor suena la Marcha Radesky. Es el día de Año Nuevo y, como siempre, el concierto de Viena abre un año musical en el que, al menos, al principio los valses, las polkas y las marchas se abren paso después de una noche que debía de ser intensa y fue lo que fue.
Tras escuchar el Vals del Emperador y
el Danubio Azul, el concierto entraba en su recta final. Riccardo Muti, el
director, dirigió una actuación a la que pretendió darle una normalidad anormal; quiso hacer llegar a sus músicos y a los telespectadores el calor de su sexta
dirección de este internacional concierto que reúne a decenas de millones de
espectadores, quiso hacernos entrever una normalidad anómala que, el mismo,
describió en las primeras palabras que dirigió, en todas las ocasiones que
encabezó el reparto de los directores de este concierto, a cuantos estábamos
pegados al televisor. Lo consiguió a pesar de todo.
A pesar de la sala vacía. A pesar de
las precauciones tomadas para que los músicos pudieran actuar sin mascarilla, a
pesar de los virtuales aplausos que les brindaron las siete mil personas que
tuvieron acceso, desde todo el mundo, a la aplicación que se bajaron para la
ocasión. Digo pues, que a pesar de todo eso el director nos dio el calor y el
resultado que los oyentes esperábamos.
Sin embargo Muti presentía, que este
año, los aplausos eran muchos más. Le llegaban las cacofonías de los millones
de espectadores que aplaudíamos su magnífica interpretación y dirección que
muchos comentábamos a través de las redes sociales con carácter particular.
Sin embargo, al llegar al final, la
Marcha Radesky iniciaba sus primeros compases. La sala seguía vacía. Las
flores, preciosas ellas de los maravillosos jardines de Viena, se aprestaban a,
con sus pétalos acompasar y acompañar a esos músicos que nos habían brindado
dos horas de hermosa música pero ellas, las flores, no estaban solas
aplaudiendo, éramos millones de personas las que les seguíamos con nuestras
palmas para que se sintieran acogidos y envueltos por el calor humano que se
merecían.
Finalizó el concierto. Una emoción
especial me impregnaba y una tristeza singular aparecía en mis ojos y mi
garganta enmudecidas por el silencio que dejó el final de esa mayor expresión
mundial de la belleza musical que supone el concierto de Año Nuevo.
Las butacas seguían vacías. El
director se despidió del público ausente y de los siete mil que aplaudían
virtualmente y, también, de quienes le veíamos triste por esta situación que
nos toca vivir y que a él le ha tocado dirigir.
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