Continúo regresando desde Palencia a Valencia

 Mientras nos acercamos a Madrid, recuerdo que en el andén de Palencia dos trabajadores de Renfe, uno francés y otro español hablaban sobre los años de dictadura en España, las banderas y no cuantas cosas de la república, el escudo real e incluso intentó explicarle, el nativo, algo sobre la dictadura de Pinochet y por qué en este país hay tantas banderas. En fin se lo explicaba de tal manera que el pelirrojo francés terminó, aún, más liado.

Sigo sin poder captar ninguna imagen de los campos amarillos. Las tierras sembradas de trigo o de cebada continúan como hace cuatro días, sin amapolas. Parecen campos de golf de lo bonitos que están haciendo buena aquella expresión de “ancha es castilla” por la profundidad de campo que se puede ver.

Los vecinos han dejado de comer cacahuetes y la señora con los niños habla por teléfono y bosteza mientras se acerca el empleado de Renfe con su carrito por si necesitamos alguna cosa.

Me viene a la memoria que ayer al subir a un autobús en Palencia el conductor se dirige a mí y me pregunta que hacía por allí, entonces lo miro fijamente y lo recuerdo estuvo en Benicassim hace un par de años con un grupo de Castrojeriz y se llama Paco y yo les hice de guía por la provincia. Di la vuelta a todo el circuito hablando con él y me dijo que al día siguiente se iba a Oporto. Nada eso una gran curiosidad de esas que me suceden den vez en cuando.

Una indicación nos dice que estamos en la estación Segovia Guimar en donde se apeó la señora de rojo del viaje de ida. Los dos niños pequeños se han dormido en los regazos de su abuela y madre y detrás suyo otro señora que acaba de cerrar los ojos tiene, también a su hijo durmiendo sobre sus piernas.

Se escuchan otras voces de niños que juegan con sus padres para entretenerles. Es lo que tiene sentarse tan cerca. Al final terminas haciendo algo, incluso amistades.

Partimos de Segovia y, enseguida, un túnel de casi siete minutos de duración nos conduce, tras una breve pausa a otro de unos cuatro minutos más. Comienzan a verse construcciones y empresas, algún que otro pueblo y al fondo las montañas que todavía conservan la nieve gracias al frío que todavía está haciendo.

Los niños se han despertado, el mayor llora un poco y el pequeño permanece feliz en el pecho de su madre que se ha puesto el arnés para llevarlo mejor. Vislumbramos el singular edificio de una entidad bancaria y,en nada estamos en la estación Chamartín - Clara Campoamor en donde la abuela, la hija y los nietos se apean igual que los que comían cacahuetes y el que estaba frente a mí con su camiseta caqui y su inscripción. El tren se queda medio lleno o medio vacío, según se quiera. No se si subirá alguien más, pero en cualquier caso da para otro artículo de aquí a Valencia. Veremos.

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