Arriba en mi calle se acabó la fiesta


Me cuesta ponerme a escribir unas letras y es que me cabreo conmigo mismo por tomarme tan a pecho muchas de las situaciones de las que pasan a mi alrededor. Me fastidia lo que pasa ahí al lado; me joroba lo que hacen el rubio despeinado y el del tupé a lo visera de gorra; me duele lo que le hacen a los kurdos y me irrita que quienes nos gobiernan, de forma más cercana, no sean más resolutivos.

Por eso, a veces, se me acelera no sé que parte de mi cuerpo cuyos biorritmos se alteran a ritmo de cualquier noticia que escuche sobre los mismos temas de siempre y es que todo son cortinas de humo, de unos y otros, que lanzan en beneficio propio y, pocas veces, en beneficio general.

Así es que, unos y otros, me tienen cabreado mientras la televisión, a lo largo de la última semana, nos ha obsequiado con lamentables imágenes cuyas intervenciones se han quedado cortas, según ambas partes. Unos querían más caña y los otros se contenían para no dar mucho que hablar a quienes, con posterioridad se ha demostrado, les iban a atacar con palabras locuaces y caducas de contenido y realidad.

Las actuaciones fueron desproporcionadas por un bando mientras el otro se contenía mordiéndose la lengua y se reprimía las ansiedades de muchos de los televidentes que en muchas ocasiones dejaron de mirar los partidos de liga de sus respectivos equipos en aras de no dejarse perder una de las mayores respuestas violentas de unos “fachas” envueltos en ningún ideal que no fuera más que el sembrar el mal en una ciudad y en una sociedad a la que siempre he tenido una gran admiración.

Me duele esta situación que enfrenta a padres e hijos; hermanos, primos, amigos y hasta a los miembros de una misma comunidad de vecinos y es por eso que, desde hace muchos años, no me gustan demasiado los himnos, las banderas ni las fronteras.

Me gusta más promocionar el respeto que la igualdad y dejar que cada uno haga lo que le venga en gana hasta que llegue a mi espacio personal y particular que debe tener su máximo respeto como yo le tendré al suyo.

Lo de la semana pasada fue como si fuera, toda ella, la semana fallera. Fuego, humo, mucha algarabía, petardos, “gallardets” y ya sólo queda, como dice el final de la canción “Fiesta” de Joan Manuel Serrat:

“Y con la resaca a cuestas
Vuelve el pobre a su pobreza,
Vuelve el rico a su riqueza
Y el señor cura a sus misas.
Se despertó el bien y el mal
La pobre vuelve al portal,
La rica vuelve al rosal,
Y el avaro a las divisas.
Se acabó,
El sol nos dice que llegó el final,
Por una noche se olvidó
Que cada uno es cada cual.
Vamos bajando la cuesta
Que arriba en mi calle
Se acabó la fiesta”

Pongan música en sus vidas, se le irán mejor las penas


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