Aunque no en todos los casos

Hace algunos, allá para cuando Suarez gobernaba este país, se habló del síndrome de la Moncloa y también del síndrome de Estocolmo, ni cabe decir que ambos eran muy diferentes y por diferentes motivos, el primero era voluntario y el segundo, por desgracia, forzoso.

A raíz de aquello he pensado luego que los síndromes, aún siendo las mismas percepciones, pueden ser diferentes y con diferentes nombres se le podría llamar, para Burriana, el síndrome del Centro España, lugar en el que iban a almorzar los concejales populares durante sus legislaturas de poder. Síndrome del Mestral, o de cualquier otro lugar en otras anteriores legislaturas u otros nombres en la actual.

Y digo esto porque da la impresión que en muchas poblaciones los concejales, cuando llegan al poder, entran en un bucle en el que lo único que les sirve es su círculo más próximo en el que todo son alabanzas a la gestión que ejecutan y por ello se rodean de aduladores que les aplauden las gracias como si fueran estrellas del escenario sin darse cuenta que, únicamente, buscan su interés personal.

Estoy seguro que esto no es sólo una percepción particular que se produzca o se pueda producir en una única ciudad. Observando municipios veo que las situaciones son similares y, ello, puede producir tal endiosamiento, tal ensimismamiento que de tanto mirarse en el espejo de la bruja del cuento de Blancanieves, sólo, puede llevar, al practicante, a la pérdida del sillón que tanto se dice defender.

Los sillones principales de cada consistorio municipal, es decir los de los concejales, deberían ser unos espacios abiertos a esa ciudadanía que recorre las calles con baches, los jardines en mal estado, la iluminación deficiente durante la noche, la circulación relativamente caótica o el estado de los accesos a la población algo deficientes y que, sus señorías, parecen desconocer en aras a la, real e irreal, burocracia administrativa y que sólo depende de la eficacia de cada regidor.

Sigo pues con lo del síndrome de cualquier nombre. Quienes lo han padecido, en su mayoría y en algunas poblaciones, han terminado desapareciendo del mapa político y hasta social y eso no es excesivamente bueno para nadie porque su retiro u olvido hace que se desperdicien muchas virtudes y experiencias. Aunque no en todos los casos.

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